Estaba en uno de esos sueños en los que eres consciente de
que estás en ellos. Quería poner a prueba mi mente, quería saber hasta dónde la
creatividad y la rapidez de mi cerebro llegarían para ver las cosas con
coherencia. Entonces, cogía un bote, lo primero que encontré, y quise leer los
elementos químicos que contenía la etiqueta. Extrañamente a mi racionalidad,
leía cosas que aparentemente yo no conocía pero tenían total sentido y
claridad, parecían existir, eran números, palabras… fue entonces cuando me di
cuenta de la magnitud y la velocidad de procesamiento de nuestro cerebro
(incluso durmiendo) para crear realidades que no existen. Fue ahí cuando me
desperté, aunque realmente no me había despertado, estaba en uno de aquellos
sueños en los que crees que te has despertado pero es otro más. Ahí, a pesar de
la incoherencia de la circunstancia, mi mente parecía entenderlo todo. En ese
subsueño en el que “desperté” le contaba a alguien lo que me había pasado,
diciendo que había visto las cosas tan reales como ahora mismo estaba viendo
con total perfección los tejidos de la piel de mi mano. Los veía realmente,
parecía que con lupa. La poca coherencia que tenían los acontecimientos se
fundían en mi mente sin que pudiera apreciarla. Los sueños no son más que
activación de ciertos circuitos neuronales, producción de ciertos
neurotransmisores, no es más que sentir
lo que realmente sentimos, porque son esos mismos circuitos los que se
activan en una pesadilla que cuando sientes miedo real.
Ver los rasgos acentuados, ver cómo ve tu subconsciente la
realidad. Realmente hay sueños que están cargados de inconsciente y de mensajes
de nosotros mismos que no sacamos o no
podemos sacar de ninguna otra forma, son esos deseos reprimidos y esos miedos
internos. Al final, aquellos psicoanalistas no estaban tan equivocados.
Era el final de una navidad más. La del 2013, hoy había sido
día siete de enero del 2014, y sentía
más que nunca que el tiempo pasaba más rápido de lo que yo pudiese retener en
mi pupila. El frío que sentía en los brazos era estremecedor, no hacía tanto
frío realmente, y menos después de lo que mi hermano me había contado esta
mañana de su viaje a Suecia.
Mis padres siempre han mostrado, sobre todo ahora, mucha más
serenidad con él que conmigo. Yo soy, para ellos, la hija menor, la
susceptible, la llorona, gritona, mandona, desordenada y desorganizada,
despistada, gastadora y loca. Y realmente de todo aquello que muestro ser, que
quizá en casa pueda ser algo así, no soy ni la mitad. Soy tranquila
conductualmente, sumisa, emotiva y racional, suspicaz y previsora. Lo que pasa
es que a veces mis aspiraciones van en contra de esa personalidad que tengo, y
no me queda otra que cambiar de actitud. Con mis padres gruño por no dejarme
ser libre y locuaz, con independencia, pero a la hora de la verdad, fuera de su
alcance, lo que logro ser es ser una gruñona por la rapidez de la sociedad, la
inquietud, el consumismo, la locura de vivir el momento. En definitiva, tengo
un pequeño problema de identidad que supongo subsanaré con el tiempo. Eso, por
ahora, no es lo que me preocupa.
Está él, el que me lleva acompañando casi dos años. No sé de
qué naturaleza es la dependencia que me causa, pero no creo que sea
incentivable extrínsecamente. Aunque mi estado de ánimo tenga estos vaivenes
cuando estoy junto a él, creo que mantiene en una línea más o menos recta o
mínimamente equilibrada la razón de mi cordura. No quiero depender, y menos otorgar
mi equilibrio mental a un ser externo a mi, y espero ser capaz de lograr esa
independencia algún día, siendo previsora. Aunque, como dije antes, a veces
prefiero vivir el momento y no pensar en esos asuntos.
Las transiciones no son buenas, quizá, cuando tienes una
base sustentada, un sitio donde estar, una comida con la que alimentarte… sean esas transiciones menos malas, pero
tienes que preparar la mente para algo que viene y no sabes si estarás
preparado. Tus mecanismos de defensa se preparan para un reto nuevo, la
ansiedad sube, para irrigar tus pulmones de aire y tu cuerpo de sangre más
rápidamente, y tu mente trabaja con facilidad, pero a mi eso no me pasa, la
ansiedad supera esos límites adaptativos convirtiendo mi cuerpo en algo
parecido a un arbusto. Sin uso.
La verdad es que he tratado mi ansiedad, ese desequilibrio
emocional y esa aprehensión que heredé educativa y genéticamente de mis
progenitores, pero aún queda mucho trabajo por hacer.
Esas transiciones provocan angustia, a todo el mundo. Hay
que adaptarse, y adaptarnos nos da miedo. Es nuevo, lo nuevo nos da respeto por
no saber si los recursos que tenemos serán suficientes o los adecuados para esa
nueva vida.
Cuando estás a punto de acabar una carrera universitaria,
cuando tus amigos están ahí, como sustento y como entretenimiento de tu día a
día, cuando tienes una pareja con la que salir y sentirte bien, cuando tienes
una familia, que a pesar de la incomprensión que siento, están ahí, pues
piensas, ¿por qué me siento así, si lo tengo casi todo?
No es más que miedo a lo que viene. Aún veo el camino
borroso, y aunque note que no soy la misma que hace 4 años, que he crecido
mentalmente, y físicamente, claro, tengo las mismas dudas de lo que hacer
mañana. Tengo el mismo miedo de cómo comeré cuando tenga diez o veinte años más
sin la ayuda de mis padres. Estoy preocupándome por un futuro incierto, en que
me han estado metiendo miedo todos aquellos por prepararnos, y ahora, en medio
de este caos económico, político, social, me tengo que inundar… yo sólo he
seguido las reglas del juego, he seguido mis sentimientos, he luchado por sacar
el máximo provecho de mi, he luchado por no ser un estorbo nunca, y me
encuentro con un panorama desbordante psíquicamente. No veo ese camino aún. Me
lo han borrado, me han quitado las últimas fuerzas para hacer lo que me gusta.
Nos quitan las últimas oportunidades, me siento en este país de mierda igual
que en casa. No puedo evitar querer a mi país, pero tengo mucha ira por cómo me
tratan, mis padres no entienden lo que hacen mal, tampoco sirve de mucho
explicárselo a estas alturas, y menos, yo. Les quiero, pero no puedo evitar
sentir rabia.