jueves, 9 de enero de 2014

Sueños y expectativas



Estaba en uno de esos sueños en los que eres consciente de que estás en ellos. Quería poner a prueba mi mente, quería saber hasta dónde la creatividad y la rapidez de mi cerebro llegarían para ver las cosas con coherencia. Entonces, cogía un bote, lo primero que encontré, y quise leer los elementos químicos que contenía la etiqueta. Extrañamente a mi racionalidad, leía cosas que aparentemente yo no conocía pero tenían total sentido y claridad, parecían existir, eran números, palabras… fue entonces cuando me di cuenta de la magnitud y la velocidad de procesamiento de nuestro cerebro (incluso durmiendo) para crear realidades que no existen. Fue ahí cuando me desperté, aunque realmente no me había despertado, estaba en uno de aquellos sueños en los que crees que te has despertado pero es otro más. Ahí, a pesar de la incoherencia de la circunstancia, mi mente parecía entenderlo todo. En ese subsueño en el que “desperté” le contaba a alguien lo que me había pasado, diciendo que había visto las cosas tan reales como ahora mismo estaba viendo con total perfección los tejidos de la piel de mi mano. Los veía realmente, parecía que con lupa. La poca coherencia que tenían los acontecimientos se fundían en mi mente sin que pudiera apreciarla. Los sueños no son más que activación de ciertos circuitos neuronales, producción de ciertos neurotransmisores, no es más que sentir  lo que realmente sentimos, porque son esos mismos circuitos los que se activan en una pesadilla que cuando sientes miedo real.

Ver los rasgos acentuados, ver cómo ve tu subconsciente la realidad. Realmente hay sueños que están cargados de inconsciente y de mensajes de nosotros  mismos que no sacamos o no podemos sacar de ninguna otra forma, son esos deseos reprimidos y esos miedos internos. Al final, aquellos psicoanalistas no estaban tan equivocados.

Era el final de una navidad más. La del 2013, hoy había sido día siete de enero  del 2014, y sentía más que nunca que el tiempo pasaba más rápido de lo que yo pudiese retener en mi pupila. El frío que sentía en los brazos era estremecedor, no hacía tanto frío realmente, y menos después de lo que mi hermano me había contado esta mañana de su viaje a Suecia.

Mis padres siempre han mostrado, sobre todo ahora, mucha más serenidad con él que conmigo. Yo soy, para ellos, la hija menor, la susceptible, la llorona, gritona, mandona, desordenada y desorganizada, despistada, gastadora y loca. Y realmente de todo aquello que muestro ser, que quizá en casa pueda ser algo así, no soy ni la mitad. Soy tranquila conductualmente, sumisa, emotiva y racional, suspicaz y previsora. Lo que pasa es que a veces mis aspiraciones van en contra de esa personalidad que tengo, y no me queda otra que cambiar de actitud. Con mis padres gruño por no dejarme ser libre y locuaz, con independencia, pero a la hora de la verdad, fuera de su alcance, lo que logro ser es ser una gruñona por la rapidez de la sociedad, la inquietud, el consumismo, la locura de vivir el momento. En definitiva, tengo un pequeño problema de identidad que supongo subsanaré con el tiempo. Eso, por ahora, no es lo que me preocupa.
Está él, el que me lleva acompañando casi dos años. No sé de qué naturaleza es la dependencia que me causa, pero no creo que sea incentivable extrínsecamente. Aunque mi estado de ánimo tenga estos vaivenes cuando estoy junto a él, creo que mantiene en una línea más o menos recta o mínimamente equilibrada la razón de mi cordura. No quiero depender, y menos otorgar mi equilibrio mental a un ser externo a mi, y espero ser capaz de lograr esa independencia algún día, siendo previsora. Aunque, como dije antes, a veces prefiero vivir el momento y no pensar en esos asuntos.

Las transiciones no son buenas, quizá, cuando tienes una base sustentada, un sitio donde estar, una comida con la que alimentarte…  sean esas transiciones menos malas, pero tienes que preparar la mente para algo que viene y no sabes si estarás preparado. Tus mecanismos de defensa se preparan para un reto nuevo, la ansiedad sube, para irrigar tus pulmones de aire y tu cuerpo de sangre más rápidamente, y tu mente trabaja con facilidad, pero a mi eso no me pasa, la ansiedad supera esos límites adaptativos convirtiendo mi cuerpo en algo parecido a un arbusto. Sin uso.
La verdad es que he tratado mi ansiedad, ese desequilibrio emocional y esa aprehensión que heredé educativa y genéticamente de mis progenitores, pero aún queda mucho trabajo por hacer.

Esas transiciones provocan angustia, a todo el mundo. Hay que adaptarse, y adaptarnos nos da miedo. Es nuevo, lo nuevo nos da respeto por no saber si los recursos que tenemos serán suficientes o los adecuados para esa nueva vida. 

Cuando estás a punto de acabar una carrera universitaria, cuando tus amigos están ahí, como sustento y como entretenimiento de tu día a día, cuando tienes una pareja con la que salir y sentirte bien, cuando tienes una familia, que a pesar de la incomprensión que siento, están ahí, pues piensas, ¿por qué me siento así, si lo tengo casi todo?

No es más que miedo a lo que viene. Aún veo el camino borroso, y aunque note que no soy la misma que hace 4 años, que he crecido mentalmente, y físicamente, claro, tengo las mismas dudas de lo que hacer mañana. Tengo el mismo miedo de cómo comeré cuando tenga diez o veinte años más sin la ayuda de mis padres. Estoy preocupándome por un futuro incierto, en que me han estado metiendo miedo todos aquellos por prepararnos, y ahora, en medio de este caos económico, político, social, me tengo que inundar… yo sólo he seguido las reglas del juego, he seguido mis sentimientos, he luchado por sacar el máximo provecho de mi, he luchado por no ser un estorbo nunca, y me encuentro con un panorama desbordante psíquicamente. No veo ese camino aún. Me lo han borrado, me han quitado las últimas fuerzas para hacer lo que me gusta. Nos quitan las últimas oportunidades, me siento en este país de mierda igual que en casa. No puedo evitar querer a mi país, pero tengo mucha ira por cómo me tratan, mis padres no entienden lo que hacen mal, tampoco sirve de mucho explicárselo a estas alturas, y menos, yo. Les quiero, pero no puedo evitar sentir rabia. 

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