Miedos encerrados en jaulas de realidad. Los años hacen los
barrotes cada vez más fuertes y más firmes, que el tiempo no se deje vencer por
los terrores psíquicos a los que estamos expuestos nada más nacer. Lloramos,
necesitamos respuestas, la realidad nos va aportando reglas que conforman algo
de coherencia entre el yo y el entorno. ¿Qué nos separa de la naturaleza?
Cuando logramos conseguirlo convirtiéndonos en figuras que vagan solas sobre la
tierra, nos volvemos indefensos. Nos han regalado la vida, pero nos han dado
también un arma junto a ella. Un arma que nos mata a nosotros mismos, la
conciencia de nuestra propia existencia. Ella ha creado la desdicha de nuestra
sociedad. La que provoca la duda, la que provoca el conocimiento, la que logra
sustentar la motivación de la humanidad con el fin de saberse, y la esperanza
de llegar al fin a una verdad. Un sonido
me ha hecho pensar y me ha transportado a la infancia, ha provocado sentimientos
que creí perdidos, me ha hecho ver lo grande que veía el universo y cuán
cantidad de posibilidades de vidas alternativas tenía. Qué arduo camino me
esperaba, qué lejano estaba. Ese sonido me provocaba inquietud por la vida, y al mismo tiempo un miedo inmenso por perder.
Perder la vida, perder a mis seres queridos, perder lo que tenía. Lo
desconocido me daba pavor. El tiempo va enmascarando los miedos a medida que la
realidad nos exige actuar, a medida que la mente se torna estable y eficiente.
Quiero vivir, pero mis actos siguen
estando, fuera de mi saber consciente, dirigidos a resolver mis más profundas
inquietudes.
Supongo que el sentido de vida que mantengo, es gracias a la
búsqueda del propio sentido sobre la vida.
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